La vacuna consiste en la introducción en el cuerpo humano de agentes infecciosos en estado atenuado o muerto, de forma que, ante esta presencia extraña, el organismo reacciona provocando un estímulo inmunológico o de defensa similar al que se daría en caso de padecer verdaderamente la enfermedad. La defensa creada por el organismo es la que protege al individuo de adquirir ese virus cuando se vuelva a encontrar con él. Una vez el cuerpo ha desarrollado las defensas que han vencido a la enfermedad inoculada, que a su vez estaba debilitada, la memoria inmunológica hace que esa información de ataque al agente infectante permanezca durante años incluso para toda la vida.
La vacuna en si es una especie de engaño al sistema inmunitario del organismo. Muchas vacunas tienen efectos secundarios importantes ya que la reacción formada por el sistema inmunitario ataca al resto de organismo o bien la propia enfermedad se reproduce en el organismo no de forma debilitada sino de forma virulenta.
Las vacunas han contribuido a la erradicación de la viruela, una de las enfermedades más contagiosas y mortíferas que ha conocido la humanidad. Otras como la rubéola, la polio, el sarampión, las paperas, la varicela-zoster (virus que puede producir la varicela común y el herpes zóster) y la fiebre tifoidea son tan comunes como hace un siglo. Dado que la gran mayoría de la gente está vacunada, es muy difícil que surja un brote y se extienda con facilidad. Este fenómeno es conocido como "inmunidad colectiva". La polio, que se transmite sólo entre humanos, ha sido el objetivo de una extensa campaña de erradicación que ha visto restringida la polio endémica, quedando reducida a ciertas partes de cuatro países (India, Nigeria, Pakistán y Afganistán). La dificultad de hacer llegar la vacuna a los niños ha provocado que la fecha de la erradicación se haya prolongado hasta la actualidad.